Su máscara era lo que me atemorizaba. Parecía sonreír de forma macabra, haciendo que mi corazón se sobresaltara. En mis manos, portaba una hermosa espada, que sin duda alguna, le pertenecía y yo debía de entregársela.
-No temas-me dijo-no hay qué temer.
Se quitó la máscara y vi que era un joven y muy alto. Le entregué la espada y justo cuando empezamos a hablar, desperté...
Me pregunto si los Samurai solían ser como aquél...
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