Sunday, June 20, 2010

Ulquiorra

Mirándola fijamente, con sus profundos ojos verdes, extendio su mano y le pregunto:
-¿Ahora me tienes miedo, mujer?
Ella, con lágrimas en los ojos, y con la mirada más compasiva que pudo haberle dado en ese mismo momento, respondio con la voz quebrada:
-No...no te tengo miedo...no te tengo miedo...
Y en ese instante, su expresión cambió. Empezó a comprenderlos; empezó a sentir lo que sentían; todas aquellas emociones en las que no creía, comenzaron a surgir; todo ese humanismo y compasión de ellos, él lo sentía.
-Entiendo...
De pronto, empezó a desvanecerse, no sin antes, ella rozar sus dedos antes de desaparecer por completo....
-Entiendo..
Desapareció sin rastro alguno, más que su voz, que solo se oía en su susurro..

"¿Esto que siento en mis manos...es un corazón?"

Cada cual con su quimera

Bajo un amplio cielo gris, en una vasta llanura polvorienta, sin sendas, ni césped, sin un cardo, sin una ortiga, tropecé con muchos hombres que caminaban encorvados. Llevaba cada cual, a cuestas, una quimera enorme, tan pesada como un saco de harina o de carbón, o la mochila de un soldado de infantería romana.

Pero el monstruoso animal no era un peso inerte; envolvía y oprimía, por el contrario, al hombre, con sus músculos elásticos y poderosos; prendíase con sus dos vastas garras al pecho de su montura, y su cabeza fabulosa dominaba la frente del hombre, como uno de aquellos cascos horribles con que los guerreros antiguos pretendían aumentar el terror de sus enemigos. Interrogué a uno de aquellos hombres preguntándole adónde iban de aquel modo. Me contestó que ni él ni los demás lo sabían; pero que, sin duda, iban a alguna parte, ya que les impulsaba una necesidad invencible de andar.

Observación curiosa: ninguno de aquellos viajeros parecía irritado contra el furioso animal, colgado de su cuello y pegado a su espalda; hubiérase dicho que lo consideraban como parte de sí mismos. Tantos rostros fatigados y serios, ninguna desesperación mostraban; bajo la capa esplenética del cielo, hundidos los pies en el polvo de un suelo tan desolado como el cielo mismo, caminaban con la faz resignada de los condenados a esperar siempre. Y el cortejo pasó junto a mí, y se hundió en la atmósfera del horizonte, por el lugar donde la superficie redondeada del planeta se esquiva a la curiosidad del mirar humano.

Me obstiné unos instantes en querer penetrar el misterio; mas pronto la irresistible indiferencia se dejó caer sobre mí, y me quedó más profundamente agobiado que los otros con sus abrumadoras quimeras.

Baudelaire

Noche

¡Qué sueño! ¿O pesadilla? ¡¡Juro que sentí los labios de algún fantasma besarme los pies anoche!!